Por Hans Rothgiesser

Cuando el socialismo aún era considerado una opción viable y posible y que de verdad iba a traer prosperidad y una sociedad más justa y equitativa, Margaret Thatcher tuvo una frase que describe muy bien el sinsentido que es que hoy en día en el Perú se hable del socialismo como una alternativa viable: “El peor enemigo del socialismo no es el capitalismo.  Es la realidad”.  Y bien que lo fue.

Los países que optaron por modelos socialistas durante el siglo pasado nos demostraron que ese no era el camino.  Mencionemos a los tres países que históricamente más eran usados para promover este modelo.  Primero, por supuesto que la Unión Soviética, que en 1991 tomó la decisión de abandonar ese modelo, lo cual por sí solo ya debería ser señal suficiente.  Para entonces tenía un PBI per cápita de US$9,061.  Estados Unidos -ese país que tanto odiaban por representar el modelo capitalista que rechazaban- ese año tuvo uno de US$38,715, casi seis veces el ruso.  Seis veces.  Segundo, Cuba en 1991 tuvo un PBI per cápita incluso peor que el ruso: US$4,414.  Un país que mantiene hoy su condición de socialista, así como altos niveles de pobreza, desigualdad y corrupción.  Tercero, Alemania Oriental, que con muchas de las mismas condiciones de Alemania Federal, fue socialista.  En el año 1991, el PBI per cápita de Alemania Oriental era 42% el de Alemania Federal.  Menos de la mitad.  Esto también por sí solo debería de ser señal suficiente.  Es más, en el 1991 el PBI de Alemania Oriental socialista estaba en caída y el salario promedio también era menos de la mitad del de Alemania Federal.  Nadie que haya ido físicamente a esos territorios hoy en día podría honestamente defender el modelo socialista.

Así que no, el modelo socialista no trajo progreso y no trajo desarrollo.  No redujo la pobreza y no redujo la desigualdad.  Las cifras son bastante claras y migraciones masivas lo comprueban.  Pero eso no es suficiente para los que insisten en promover ese sistema.  Su siguiente nivel de discusión es que “las matemáticas son un invento capitalista”, por lo que no se puede medir el éxito del socialismo en cifras.  Y la excusa más reciente: Que a final de cuentas el socialismo y el capitalismo son lo mismo así que dejemos de hacer la distinción.  O su versión local actual previa: Que total la ultra derecha y la ultra izquierda son lo mismo.

No, tampoco lo son.

Los temas que apasionan a ambos extremos son distintos.  La ultra izquierda está dispuesta a sacrificarlo todo por la justicia social y la igualdad, mientras que la ultra derecha está dispuesta a sacrificarlo todo por la defensa de las libertades y de los derechos.  Son distintos.  Lo que están dispuestos a chancar son cosas diferentes.  Los que salen perdiendo con el avance de cada uno son grupos distintos.  Pero, ¿saben a quién le conviene plantear que todo es lo mismo? A los que perdieron la batalla.

Aquellos a los que la realidad los puso en su sitio.  Aquellos que obsesivamente empujaron un modelo económico y social que hoy en pleno siglo XXI sabemos que es un fracaso.  Que están dispuestos a las acrobacias mentales más inesperadas para no aceptar que los países que lo implementaron son más pobres y corruptos y menos productivos y desarrollados que los que optaron por la alternativa.  Por supuesto que a ellos les conviene sembrar la idea de que a final de cuentas todo es lo mismo.  Antes de tener esa discusión que acepten que su propuesta es un fracaso.  Que nos demuestren que aprendieron la lección.  Que reconozcan que hay cosas que querían que no convenían.  Que hagan todo eso y después hablamos.