
Por: Hans Rothgiesser
Así es, recién van 100 días. Si es que no hay vacancia o revocatoria, tendremos otros 17 de estos, por lo menos. Habrá que ver si el país puede aguantar semejante improvisación y falta de rumbo o de preocupación por los temas de largo plazo. Uno de estos es la ausencia de una infraestructura de uso público de calidad.
En su discurso por sus primeros 100 días en Ayacucho el presidente Castillo lanzó algunos anuncios sobre infraestructura. Mencionó que masificará el gas, pero no mencionó las obras pendientes para lograrlo. Habló de las medidas para la reactivación económica -varias de las cuales, por el contrario, la dificultarán, como su propuesta de crear nuevos impuestos-, entre las cuales se mencionó el destrabe de la construcción de un hospital y el reinicio de las obras en un aeropuerto, así como obras de refacción de agua y saneamiento en un distrito. Luego anunció el lanzamiento del programa Perú en Marcha, por S/.520 millones para obras de agua y saneamiento y veredas y pistas, la transferencia de S/3,000 millones a gobiernos regionales para proyectos nuevos como comisarías, colegios, carreteras, etc, la construcción de 200 qochas y de 48 kilómetros de zanjas de infiltración como parte de su segunda reforma agraria, la asignación de S/.400 millones en mantenimiento de infraestructura de educación, instalación de estaciones de lavado de mano y adquisición de kits de higiene, así como S/.92 millones para 91 inversiones de infraestructura educativa en gobiernos regionales y locales. En Arequipa, obras de agua y saneamiento por una inversión de S/.198 millones. En Puno, el proyecto integral de saneamiento para Juliaca por S/.970 millones.
Todo esto resulta atractivo, pero no pasa de ser varias promesas desarticuladas que -conociendo a este gobierno- difícilmente se cumplirán. Sobre todo, si se considera que se están sacando del sombrero, literal y metafóricamente hablando. Una obra de infraestructura es algo que no se hace de la noche a la mañana. Requiere identificación de necesidades, consideración de distintas opciones, estudios de prefactibilidad, planos, supervisión, etc. Son varias etapas que se deben cumplir. Basta con darle un vistazo a cualquier proyecto promovido por Proinversión. Todos estos anuncios del presidente suenan bonitos, pero van a tomar por lo menos un año en consolidarse, si es que se ejecutan. Y si se hicieran responsablemente, por supuesto.
El problema de fondo aquí es que el Perú ya tiene un Plan Nacional de Infraestructura para la Competitividad, que cualquiera se puede bajar en pdf de la página web del Ministerio de Economía y Finanzas. Incluso el ministro de economía y finanzas y el presidente. En este documento ya se hace un repaso de las necesidades urgentes y las de largo plazo del país. Ahí también hay una lista de obras que habría que priorizar. Por supuesto que esta lista no coincide con la lista de ofrecimientos del presidente. Después de todo, en la segunda vuelta adelantó que, de ser presidente, no leería libros o documentos para gobernar. Que lo haría “con la nariz”. Ése parece haber sido el proceso para decidir qué obras anunciaba en Ayacucho.
Ese plan debe de haber sido una de las pocas cosas buenas que dejó el gobierno de Vizcarra. El gobierno de Castillo, fiel a su ADN, hace anuncios improvisados que suenan bonito, pero que en el proceso destruyen lo avanzado antes de él. Algo así como la reforma de la educación -que fue buena mientras duró, pero que sin evaluaciones y meritocracia no tiene sentido- o la reforma del transporte -que accediendo a las protestas de los transportistas muy lejos no va a llegar-. Parece que el tema de la promoción de la infraestructura será otro que tendrá que esperar otros 100 días en otro gobierno de otro presidente para ver la luz, porque en éste claramente no habrá mucho que reportar.